La tríada interior, cuerpo e imagen no son entes separados, forman parte de una unidad compuesta de elementos interconectados.

Como si de un iceberg se tratase, podemos observar la superficie por encima de las olas del mar; claro que ahí debajo hay algo mucho más grande de lo que podemos imaginar a «primer golpe de vista».

Por eso no me gusta sobrevalorar la «primera impresión». Aún habiendo estudios que nos dicen que sólo tenemos 30 segundos para causar una buena impresión, me entristece pensar que somos tan simples como para categorizarnos tan rápido.

Nuestro inconsciente (bajo el mar) está siempre con nosotros aunque no se vea, no se palpe o no se sienta. Ahí están nuestras creencias, valores e identidad más profunda y otro nivel de percepción.

Los pensadores sistémicos nos dicen que todo está conectado y que en nosotros también existe un sistema: el personal. Un microsistema compuesto de distintos elementos que, a veces van en la misma dirección y otras no. Quizá la armonía en nuestras vida esté en un camino de reconocimiento de todo lo que somos tanto a nivel superficial como profundo y que además: está conectado.

En realidad hablar de lo externo y lo interno es una separación racional que hacemos para tratar de comprendernos por partes.

Cada de nuestras conductas está conectada con un entramado de conexiones que se reflejan en el cuerpo y que también se enlaza con la imagen.

Me gusta contar el ejemplo de cuando estamos enamorados: nos sentimos muy bien por dentro, estamos motivados y alegres, ¡queremos compartir! Al mismo tiempo el cuerpo se siente más fuerte, incluso es posible que necesitemos dormir menos porque tenemos «más energía». Claramente, estamos más guapos, nos sentimos más atractivos y nuestro entorno lo nota.

La imagen para Coaching de Imagen representa la manifestación última de quienes somos, no como apariencia exclusivamente sino como todo ése sistema en movimiento.

Entonces, ¿la imagen es apariencia? o…¿es la imagen la manifestación externa de nuestro ser más profundo? ¿lo que se «ve» entre las olas?

Creo que ahí es donde está lo sagrado de la Imagen. Intuimos y asociamos determinadas formas a determinado fondo. El quid de la cuestión está en que no por «representar a quien creemos que somos» significa que lo seamos.

Esto tiene dos caras: la de vivir en la imagen de otros o la de tu propia esencia.

Os dejo un cuento coreano que he tomado prestado del blog de Ana Baños, psicoanalista mexicana.

Me ha llamado la atención para lo que estamos comentando hoy y reflexionar sobre la dificultad de reconocernos a nosotros mismos, en el espejo y en los demás:

Un canonista

» Un vendedor de loza, llamado Pak, tenía una esposa que le pedía todos los días le comprara un espejo de bronce.

Un día de tantos, el Sr. Pak llegó a casa con el codiciado objeto, la señora Pak le quitó con premura el papel que lo cubría, en el interior de esa caja ella descubre una figura desconocida. Su marido parecía haber entrado sólo, pero ella ve allí a una joven mujer que está de pie cerca de él. –“¡Aikumonina!” (¡¿quién es esa desgraciada?!).

Era la primera vez que la señora Pak veía un espejo, no comprendía que esa mujer que estaba junto a su marido era ella misma. ¿Cabría decir que se veía a sí misma si no se reconocía?

El cuento continúa. Pak se acerca el espejo y ve en él a un hombre que toma por el amante de su mujer. Entonces se producen reclamos, discusión, insultos… Con tanto grito, el guardia de la zona acude a casa del los Pak para poner paz entre los esposos. Pak le muestra la manzana de la discordia. Entonces le toca el turno al guardia que ve en el objeto mágico a un funcionario vestido de uniforme. ¿Será acaso su superior que acaba de llegar?»

Comparte tus descubrimientos con nosotros.

Un abrazo

Domingo Delgado

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